jueves, 16 de julio de 2009

El Síndrome de la Bestialidad

Yo soy un ser humano, vine a dar a este cuerpo en el interior de otro cuerpo llamado mujer. Desde ese instante primitivo comenzó a gestarse en mí el síndrome de la bestialidad.
Como todos los seres humanos estoy dotado de grandes cualidades, el amor ha brotado desde mis entrañas como la más auténtica de las diferenciaciones. He llorado por cosas inútiles y también he extraído de mí la piedad.
En algún momento de mi juventud decidí no sentir lástima por lo que en este mundo llamaban las distintas desgracias.
¿Quién soy yo para sentir lástima?
En aquel momento pensaba que no podría sentir lástima por otro ser más que la que debería sentir por mi mismo. Yo imperfecto, yo jamás mejor que todo lo malo que podría observar a mí alrededor.
Hoy que soy una bestia o que poseo el síndrome de la humanidad al interior de mi cuerpo sagrado, me siento nuevamente morir ante el paisaje divino que Dios al interior de los hombres ha creado para nosotros.
Yo que he sentido nacer en mí una bondad auténtica parte de mi verdadera esencia, caigo una y otra vez en un tumulto lleno de odio.
Soy egoísta y necesito reconocer mi naturaleza. Quiero que mis deseos se cumplan y eso generalmente no sucede como quisiera. Es entonces cuando la ira, como un manantial de carne pútrida viene a posarse sobre mi frente para recordarme quién soy en verdad, la misma sangre que en mi vecino visualicé hace tanto tiempo como un defecto digno de ser despreciado.
¿Quién soy yo para juzgar en el otro aquello que es mi propio espejo?
Ya he bajado a los bajos mundos y he circundado también la sutileza de mis alas, aunque sigo creyendo en el equilibrio de mi deformación y la de los demás. No me gustaría engañar a las personas que más amo en la tierra, mostrándoles solamente mi agraciada simpleza y bienestar.
¡No! ¡Por supuesto que no!
Quisiera ser honesto conmigo y con el mundo, ser fiel a mis instintos, liberarme finalmente de mis opresiones, crecer como un gran don nadie.
Esta carta es la manifestación a mi desapego. Eso que he guardado como un tesoro hoy quedará expuesto para la consagración de algo mucho más importante, la verdad.
Mis queridos hermanos, el mundo es un asco, la estructura social nos ha oprimido hasta hacernos sentir inmundos, infames y repelentes. Hemos creído más de alguna vez que somos indignos demonios incapaces de superar la fatalidad que permanece en nuestro espíritu como prueba de que hemos pisado la carne. La materia.
Nada de eso ha sido un acierto, somos humanos y por ende llevamos nuestro propio síndrome como una mochila de piedras que nos obstruye el vuelo. No quiero que se vuelvan a sentir sucios cada vez que llegan los sentimientos del ego a sobrecogernos como animales. Sino que sepamos que es parte de nuestra naturaleza humana el ser viles.
Sin aprobar la violencia, yo también estoy en contra de todo eso. No quisiera volver a matar una hormiga en mi vida si es posible. Hablo del sentir, de eso que pasa por dentro silenciosamente como un fusil apuntando hacia el enemigo y que tal vez jamás será disparado.
Esa voz que nos corroe la piel a diario y que nos infunde un mar de dudas. Es natural, todo es parte del conocimiento.
No recriminarse
No perder el aliento y tratar de recuperar el aire después de la caída
Hay otro jardín esperándonos en primavera
Adentro, al interior y en el alma también se oye el canto de un despertar hacia el amor. El odio nos guardará su sonrisa ante la espera macabra del invierno. El sol todavía calienta la tierra y la vida aún perdura en nuestro planeta.
Estamos unidos, algo nos ata hacia la evolución y es tiempo de dar la cara.
Sam.